III MACABEOS
(apócrifo pseudoepigráfico)
por I. Rodríguez Alfageme
1
1 Filopátor se enteró, por boca de los refugiados, de la anexión que de sus dominios llevaba a cabo Antíoco. Entonces al frente de la totalidad de su infantería y caballería, junto con su hermana Arsínoe, partió hasta los alrededores de Rafia, donde se encontraba acampado Antíoco con su ejército.2 Un tal Teódoto, pensando que lograría cumplir su plan, tomó las mejores armas tolemaicas, entre las que le habían sido asignadas previamente, y cruzó él solo de noche hasta la tienda de Tolomeo para matarle y con ello poner fin a la guerra.
3 Pero Dositeo, el llamado hijo de Drímilo, de linaje judío (el que más tarde cambió sus costumbres renegando de las creencias tradicionales), sacó de la tienda al rey e hizo que se acostara en ella un oscuro individuo, que recibió así el golpe a aquél destinado.
4 Se produjo tan violento combate en el que la situación llegó a ser bastante más favorable a Antíoco. Arsínoe, acercándose a las filas del ejército, les exhortaba, sueltos los cabellos y con abundantes lágrimas, a socorrerse con valor a sí mismos, a sus hijos y a sus mujeres, prometiendo, además, que daría a cada uno dos minas de oro si vencían.
5 De este modo sucedió que los adversarios perecieron en la lucha y que muchos cayeron también cautivos.
6 Tras salir airoso de este plan hostil, decidió Tolomeo ir a las ciudades cercanas para darles ánimos.
7 Así lo hizo, a la par que repartía regalos a los templos, con lo que restableció la confianza de sus súbditos.
8 Los judíos le enviaron representantes del senado y de los ancianos para saludarle, llevarle presentes de hospitalidad y felicitarle con motivo de sus éxitos; el rey, entonces, sintió mayor urgencia de visitarlos.
9 Después de llegar a Jerusalén, hizo una ofrenda al Dios supremo en acción de gracias. Una vez hecho esto, lo apropiado para el recinto del templo, entró en él
10 y quedó maravillado por su solemne belleza. Al admirar la armonía del santuario, le vino la idea de penetrar en el templo.
11 Los habitantes de Jerusalén le argumentaron que no era conveniente, porque no les estaba permitido entrar ni a los de raza judía, ni siquiera a los sacerdotes, sino sólo al sumo pontífice, y a éste sólo una vez al año. Pero el rey no se dejaba convencer en modo alguno.
12 Le fue leída la ley, pero ni siquiera así renunciaba a su intención de entrar. Decía: «Aunque ellos estén privados de este honor, yo no debo quedar sin él».
13 Preguntó entonces por qué causa ninguno de los presentes le había impedido entrar en el recinto del templo.
14 Alguien, sin pensarlo más, dijo que ese mismo hecho era un mal presagio.
15 «Ya que esto ocurre por algún motivo —dijo—, ¿no voy a entrar del todo, lo quieran o no ellos?»
16 Los sacerdotes, postrados en el suelo con toda su vestimenta, pedían al Dios supremo que les prestara ayuda en aquellas circunstancias y desviara el ímpetu del que tan duro ataque les dirigía. Llenaron el santuario de tal griterío, acompañado de lágrimas,
17 que los habitantes de la ciudad, turbados, salieron pensando que ocurría algo raro.
18 Las vírgenes, que permanecen encerradas en las alcobas con sus madres, rompieron su encierro y, entregando sus cabellos al polvo, saciadas de llanto y lamentos, llenaron las calles.
19 Las que recientemente habían sido enviadas a los tálamos nupciales dispuestos para el encuentro con sus esposos, olvidando el debido pudor, se lanzaron por la ciudad en una carrera desordenada.
20 Las madres y ayas encargadas del cuidado de los recién nacidos, abandonándolos en cualquier lugar —unas en casa, otras en la calle—, acudían directamente al supremo santuario.
21 Los ruegos de los allí reunidos se sucedían sin cesar ante lo que impíamente intentaba hacer el monarca.
22 Junto a éstos, los más exaltados de entre los ciudadanos no aguantaban que el rey impusiera su deseo de llevar a cabo la entrada,
23 y dando la voz de lanzarse a las armas y morir valerosamente en defensa de la ley patria, provocaron bastante tensión en el lugar. Pero, detenidos con dificultad por los ancianos, se añadieron al grupo de los suplicantes.
24 La muchedumbre, como al principio, seguía insistiendo en su demanda.
25 Los ancianos del séquito real intentaron repetidas veces disuadir al arrogante espíritu del monarca de su obstinada decisión.
26 Pero lleno de osadía, y tras rechazarlo todo, hacía el intento de avanzar y parecía que iba a llevar a cabo lo anunciado.
27 Ante este espectáculo, los que estaban a su lado se volvieron también para invocar, junto con los nuestros, al Todopoderoso para que nos defendiera en aquellas circunstancias y no permaneciera indiferente ante una acción de arrogancia contra la ley.
28 Era incesante el griterío que procedía de los continuos, vehementes y afligidos lamentos de la muchedumbre.
29 Era posible creer que no sólo los hombres, sino también los muros y el suelo todo gritaban, porque todos preferían entonces la muerte a la profanación del templo.
2
1 El sumo sacerdote Simón se arrodilló frente al templo, alzó sus manos reverentemente y elevó una súplica en los siguientes términos:2 — ¡Señor, Señor, rey de los cielos y dueño de toda la creación, santo entre los santos, emperador, todopoderoso, escúchanos a nosotros que padecemos por obra de un sacrílego impío, lleno de arrogancia en su intemperante osadía!
3 Escúchanos, porque tú, que creaste el universo y lo riges todo, en calidad de dueño, eres justo y juzgas a los que cometen alguna acción orgullosa y arrogante.
4 A los que anteriormente habían delinquido entre los cuales se encontraban incluso gigantes llenos de confianza en su vigor y osadía, tú los destruiste, haciendo caer sobre ellos una inmensa cantidad de agua.
5 A los arrogantes sodomitas, una vez que claramente incurrieron en actos de maldad, tú los fulminaste con azufre y fuego, para escarmiento de la posteridad.
6 Tú, al osado faraón que esclavizó a tu pueblo, el sagrado Israel, tras someterlo a múltiples y diversos castigos, le hiciste conocer tu soberanía, y con ellos diste a conocer tu gran poder.
7 Y cuando emprendió la persecución con carros y multitud de muchedumbres, lo sepultaste en el fondo del mar; pero a los que confiaron en ti, dueño de todo el universo, les hiciste atravesar sanos y salvos;
8 ellos, viendo así las obras de tu mano, alabaron tu omnímodo poder.
9 Tú, Rey, después de haber creado la inmensa e infinita tierra, elegiste esta ciudad y consagraste este lugar a tu nombre, tú que nada necesitas, y lo glorificaste con tu solemne aparición al establecer la alianza aquí, para gloria de tu nombre, grande y venerado.
10 Por amor de la casa de Israel prometiste que, si teníamos algún fracaso o nos sorprendía alguna dificultad, viniéramos a este lugar, eleváramos una súplica y atenderías nuestro ruego.
11 Eres, en verdad, digno de confianza y veraz.
12 Ya que muchas veces, cuando estaban oprimidos, ayudaste a nuestros padres en su humillación y los salvaste de grandes males,
13 mira ahora, sagrado Rey, cómo sufrimos por nuestros graves y múltiples pecados y cómo estamos sometidos a nuestros enemigos y sumidos en la impotencia.
14 Para nuestra calamidad, ese atrevido profanador intenta mancillar el templo sagrado dedicado en la tierra al nombre de tu gloria.
15 Sin duda, tu morada, cielo del cielo, es inaccesible a los hombres.
16 Pero ya que al glorificar tu gloria en Israel, tu pueblo, consagraste este templo,
17 no nos hagas pagar a nosotros la impureza de éstos ni nos castigues por la profanación. Que no se regocijen los malvados en su corazón ni se alegren con sus lenguas los arrogantes, mientras dicen:
18 «Nosotros hollamos la casa consagrada como son holladas las casas de perdición».
19 Borra nuestras faltas, dispersa nuestros pecados y muestra tu compasión en esta hora.
20 ¡Que las manifestaciones de tu compasión nos ayuden rápidamente, y pon alabanzas en la boca de quienes tienen sus almas hundidas y decaídas, procurándonos la paz!
21 Entonces el Dios que todo lo ve y de quien toda paternidad procede, el santísimo, escuchó la justa súplica y golpeó al que se había alzado altivamente en su orgullo y atrevimiento,
22 sacudiéndole de uno y otro lado, como a una caña el viento, hasta quedar impotente en el suelo; paralizados los miembros, ni siquiera podía hablar, golpeado por una justa sentencia.
23 Los amigos y guardaespaldas, viendo que era grave el castigo que sufría y temerosos de que dejara incluso la vida, lo sacaron rápidamente, perplejos de terror.
24 Más tarde, pasado cierto tiempo, cuando se hubo recobrado, no alcanzó en absoluto el arrepentimiento a pesar del castigo recibido, sino que se marchó profiriendo amargas amenazas.
25 De regreso a Egipto, dio pábulo a su maldad con la ayuda de los antedichos amigos y camaradas, hombres alejados de toda justicia.
26 No contento con sus innumerables vicios, llegó a tal grado de osadía que inventaba palabras de mal agüero en los lugares de sacrificio, y muchos de sus amigos, atentos a la intención del rey, lo seguían en sus deseos.
27 Se propuso como fin extender una pública maledicencia contra la raza judía. Hizo erigir a este fin una estela en la torre que da al patio, en la que inscribió:
28 «Nadie de los que no sacrifiquen entre a los templos y que todos los judíos sean censados y reducidos a condición servil. Contra los que se opongan empléese la violencia hasta la pérdida de la vida,
29 y los registrados sean también marcados a fuego en el cuerpo con el sello, en forma de hoja de hiedra, de Diónisos, quedando así reducidos a la condición arriba proclamada».
30 Pero para que no resultara manifiesto que les odiaba a todos, hizo inscribir debajo: «Si algunos de entre ellos prefirieran unirse a los iniciados según los ritos, tengan los mismos derechos de ciudadanía que los alejandrinos».
31 Algunos, que aborrecían evidentemente los fundamentos de la piedad del pueblo, se entregaron fácilmente, con la idea de que iban a participar de gran fama gracias a su futura asociación con el rey.
32 Pero la mayoría resistió con noble ánimo y no desertó de su piedad. Intentaron, dando su dinero a cambio de la vida, librarse de los censos;
33 mantenían a la vez la esperanza de lograr ayuda, hacían objeto de oprobio a los que se habían separado de ellos, les juzgaban enemigos de la raza y les privaban de su favor y común trato.
3
1 Al enterarse el impío de estos hechos, llegó a tal grado de irritación, que no sólo se enfureció contra los de Alejandría, sino que se enfrentó también seriamente con todos los judíos del país y ordenó que sin tardanza los reunieran en el mismo lugar y les privaran de la vida con la peor de las muertes.2 Una vez tomada esta determinación, agitadores conjurados hicieron correr un rumor hostil contra la raza hebrea para causarles daño y dar base a la idea de que se les castigaría lícitamente.
3 Los judíos, por su parte, guardaban inalterada su benevolente confianza en los reyes;
4 respetaban a su Dios y regían su vida por la ley, y se mantenían apartados en lo que toca a los alimentos, por cuya causa a algunos les resultaban odiosos.
5 Pero, adornando su trato con su justa conducta, se hacían apreciar de todos los hombres.
6 Ahora bien, esta buena conducta de su raza, de la que todos se hacían lenguas, no era tenida en cuenta, en modo alguno, por los gentiles.
7 Murmuraban continuamente de su separación en las ceremonias religiosas y en las comidas, repitiendo que no mantenían una actitud benévola para con el rey y su ejército, que eran hostiles y un gran obstáculo para la república. Y no en balde sembraban sus reproches.
8 Los griegos de la ciudad, que no habían recibido daño alguno de los judíos, veían cómo se producían inesperados tumultos en torno a estos hombres y alocadas carreras antes nunca vistas. Pero no tenían fuerzas para socorrerlos, porque el régimen era tiránico; sin embargo, los animaban y se sentían indignados por la situación y deseaban en su interior que todo cambiara,
9 pues no cabía ignorar que tan antigua comunidad no había cometido falta alguna.
10 Incluso ciertos vecinos, amigos y asociados intentaban convencer a algunos en secreto, dándoles garantías de alianza y de que pondrían todo empeño en su defensa.
11 Tolomeo, ensoberbecido por la prosperidad reinante, sin considerar el poder del Dios supremo y suponiendo que permanecería sin cesar en la misma decisión, escribió contra los judíos la siguiente carta:
12 «El rey Tolomeo Filópator a los gobernadores y soldados de cada lugar de Egipto, salud.
13 Gozo de salud y nuestros asuntos marchan bien.
14 Nuestra expedición militar a Asia, conocida por vosotros, ha alcanzado un final razonable gracias a la deliberada alianza de los dioses.
15 La hemos dirigido no a punta de lanza, sino con clemencia y abundantes sentimientos amistosos para cuidar de los pueblos que habitan Celesiria y Fenicia y favorecerles de buen grado.
16 Después de repartir entre los santuarios de las ciudades muchos bienes, fuimos invitados también a venerar, una vez llegados a Jerusalén, el santuario de estos blasfemos, siempre insensatos.
17 Ellos aceptaron de palabra nuestra presencia —insinceramente de hecho—, pero cuando mostramos deseos de entrar en su templo y honrarlo con las más hermosas y espléndidas ofrendas,
18 arrastrados por su antiquísimo orgullo, nos impidieron la entrada. . . y permanecen sin haber sentido nuestro poder por el buen trato que usamos con todos los hombres.
19 Pero así han manifestado con claridad su odio para con nosotros: sólo ellos, entre las naciones, se muestran altivos con sus reyes y bienhechores, por lo que no quieren hacer acto noble alguno.
20 Pero hemos sido indulgentes con su insensatez. Tras la victoria, y de vuelta ya en Egipto, hemos actuado amistosamente con todos los pueblos y hemos obrado como era debido,
21 dando a conocer a todos, en estas circunstancias, el perdón para los de su misma raza. En consideración a la alianza y a los innumerables asuntos liberalmente confiados a ellos desde antiguo, hemos decidido, atreviéndonos a proponer un cambio, hacerles incluso dignos de la ciudadanía alejandrina y partícipes de los sacrificios tradicionales.
22 Pero ellos lo entendieron al contrario, y con su innata perversidad rehusaron el beneficio. Inclinándose continuamente al mal,
23 no sólo rechazaron la inapreciable ciudadanía, sino que continuamente ultrajan con su palabra y su silencio a los pocos que de entre ellos han adoptado una actitud noble, sospechando, en cada ocasión con su infame modo de comportarse, que nosotros habríamos de dar rápidamente un giro completo a la situación.
24 Por lo cual, profundamente persuadidos con pruebas de que ésos abrigan en todo punto malas intenciones contra nosotros, y en previsión de que alguna vez, si se origina una revuelta, tengamos inesperadamente como enemigos a nuestras espaldas a esos impíos traidores y bárbaros,
25 hemos decidido que, al tiempo que llega esta carta, enviéis inmediatamente ante nos a los judíos que habiten en el lugar, junto con sus mujeres e hijos, con trato violento y vejatorio, aherrojados con férreas cadenas, con vistas a una muerte cruel e infame, propia de malvados.
26 Si castigamos a todos ellos a la vez entendemos que para el futuro nuestros asuntos gozarán de perfecta estabilidad y quedarán en inmejorable condición.
27 Aquel que cobije a algun judío, viejo o niño incluso de pecho, será crucificado con toda su familia entre los más ignominiosos tormentos.
28 Que los denuncie quien lo desee, con la estipulación de que recibirá la hacienda del que incurrió en el castigo más dos mil dracmas del tesoro real y será honrado con la libertad.
29 Todo lugar donde sea descubierto [que se ha] cobijado algún judío, sea anatema y pasto de las llamas, y quede para todo mortal inutilizable por completo y para siempre».
30 En estos términos estaba redactado el texto de la carta.
-----
Romanos 10
1 Hermanos, el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios en favor de ellos es que se salven.
2 Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento.
3 Pues desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios.
4 Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente.
5 En efecto, Moisés escribe acerca de la justicia que nace de la ley: = Quien la cumpla, vivirá por ella. =
6 Mas la justicia que viene de la fe dice así: = No digas = en tu corazón = ¿quién subirá al cielo?, = es decir: para hacer bajar a Cristo;
7 o bien: ¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos.
8 Entonces, ¿qué dice? = Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, = es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos.
9 Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
10 Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación.
11 Porque dice la Escritura: = Todo el que crea en él no será confundido. =
12 Que no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan.
13 Pues = todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. =
14 Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?
15 Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: = ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! =
16 Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: = ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación? =
17 Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo.
18 Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! = Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras. =
19 Pero pregunto: ¿Es que Israel no comprendió? Moisés es el primero en decir: = Os volveré celosos de una que no es nación; contra una nación estúpida os enfureceré. =
20 Isaías, a su vez, se atreve a decir: = Fui hallado de quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mi. =
21 Mas a Israel dice: = Todo el día extendí mis manos hacia un pueblo incrédulo y rebelde. =