martes, 29 de mayo de 2018

Sirácides 36-38; 1 Timoteo 3

Eclesiástico  36
 1 Ten piedad de nosotros, Dios, dueño de todas las cosas, mira y siembra tu temor sobre todas las naciones.
 2 Alza tu mano contra las naciones extranjeras, para que reconozcan tu señorío.
 3 Como ante ellas te has mostrado santo con nosotros, así ante nosotros muéstrate grande con ellas.
 4 Que te reconozcan, como nosotros hemos reconocido que no hay Dios fuera de ti, Señor.
 5 Renueva las señales, repite tus maravillas, glorifica tu mano y tu brazo derecho.
 
 6 Despierta tu furor y derrama tu ira, extermina al adversario, aniquila al enemigo.
 7 Acelera la hora, recuerda el juramento, y que se publiquen tus grandezas.
 8 Que el fuego de la ira devore al que se escape, y los que hacen daño a tu pueblo hallen la perdición.
 9 Aplasta la cabeza de los jefes enemigos, que dicen: «Nadie más que nosotros.»
 10 Congrega todas las tribus de Jacob, dales su heredad como al principio.
 
 11 Ten piedad, Señor, del pueblo llamado con tu nombre, de Israel, a quien igualaste con el primogénito.
 12 Ten compasión de tu santa ciudad, de Jerusalén, lugar de tu reposo.
 13 Llena a Sión de tu alabanza, y de tu gloria tu santuario.
 14 Da testimonio a tus primeras criaturas, mantén las profecías dichas en tu nombre.
 15 Da su recompensa a los que te aguardan, y que tus profetas queden acreditados.
 16 Escucha, Señor, la súplica de tus siervos, según la bendición de Aarón sobre tu pueblo.
 
 17 Y todos los de la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno.
 18 Todo alimento traga el vientre, pero unos alimentos son mejores que otros.
 19 El paladar distingue por el gusto la carne de caza, así el corazón inteligente las palabras mentirosas.
 20 El corazón perverso da tristeza, pero el hombre de experiencia le da su merecido.
 21 A cualquier marido acepta la mujer, pero unas hijas son mejores que otras.
 
 22 La belleza de la mujer recrea la mirada, y el hombre la desea más que ninguna cosa.
 23 Si en su lengua hay ternura y mansedumbre, su marido ya no es como los demás hombres.
 24 El que adquiere una mujer, adquiere el comienzo de la fortuna,  una ayuda semejante a él y columna de apoyo.
 25 Donde no hay valla, la propiedad es saqueada, donde no hay mujer, gime un hombre a la deriva.
 26 ¿Quién se fiará del ladrón ágil que salta de ciudad en ciudad?
 
 27 Así tampoco del hombre que no tiene nido y que se alberga donde la noche le sorprende.
 
  
 
 
Eclesiástico  37
 1 Todo amigo dice: «También yo soy tu amigo», pero hay amigo que lo es sólo de nombre.
 2 ¿No es para uno una mortal tristeza un compañero o amigo trocado en enemigo?
 3 ¡Oh intención perversa! ¿de dónde saliste para cubrir la tierra de engaño?
 4 El compañero disfruta en el contento del amigo, pero al tiempo de tribulación se volverá contra él.
 5 El compañero compadece al amigo por interés, y cuando llega el combate embraza el escudo.
 
 6 No te olvides de tu amigo en tu alma, ni pierdas su recuerdo cuando seas rico.
 7 Todo consejero da consejos, pero hay quien aconseja en su interés.
 8 Del consejero guarda tu alma, conoce primero qué necesita - porque en su propio interés dará consejo -, no sea que eche sobre ti la suerte,
 9 y te diga: «Bueno es tu camino», quedándose enfrente para ver qué te sucede.
 10 No te aconsejes del que te mira con desprecio, y de los que te envidian oculta tu consejo;
 
 11 ni te aconsejes con mujer sobre su rival, con cobarde acerca la guerra, con negociante respecto del comercio, con comprador sobre la venta, con envidioso sobre la gratitud, con despiadado sobre la generosidad, con perezoso sobre cualquier trabajo, con temporero sobre el término de una obra, con siervo ocioso sobre un trabajo grande: no cuentes con éstos para ningún consejo.
 12 Sino recurre siempre a un hombre piadoso, de quien sabes bien que guarda los mandamientos, cuya alma es según tu alma, y que, si caes, sufrirá contigo.
 
 13 Y mantén firme el consejo de tu corazón, que nadie es para ti más fiel que él.
 14 Pues el alma del hombre puede a veces advertir más que siete vigías sentados en lo alto para vigilar.
 15 Y por encima de todo esto suplica al Altísimo, para que enderece tu camino en la verdad.
 16 Principio de toda obra es la palabra, y antes de toda acción está el consejo.
 17 Raíz de los pensamientos es el corazón, de él salen cuatro ramas:
 
 18 bien y mal, vida y muerte, mas la que siempre los domina es la lengua.
 19 Hay hombre diestro que adoctrina a muchos, y para sí mismo es un inútil.
 20 Hay quien se hace el sabio en palabras y es aborrecido, y que acabará sin tener qué comer.
 21 Pues no se le dio la gracia que viene del Señor, porque estaba vacío de toda sabiduría.
 22 Hay quien para sí mismo es sabio, y los frutos de su inteligencia son, según él, dignos de fe.
 
 23 El varón sabio enseña a su pueblo, y los frutos de su inteligencia son dignos de fe.
 24 El varón sabio es colmado de bendiciones, y le llaman feliz todos los que le ven.
 25 La vida del hombre tiene días contados, mas los días de Israel no tienen número.
 26 El sabio en su pueblo se gana la confianza, y su nombre vivirá por los siglos.
 27 Hijo, en tu vida prueba tu alma, ve lo que es malo para ella y no se los des.
 
 28 Pues no a todos les conviene todo, y no a todo el mundo le gusta lo mismo.
 29 No seas insaciable de todo placer, y no te abalances sobre la comida,
 30 porque en el exceso de alimento hay enfermedad, y la intemperancia acaba en cólicos.
 31 Por intemperancia han muerto muchos, pero el que se vigila prolongará su vida.
 
  
 
 
Eclesiástico  38
 1 Da al médico, por sus servicios, los honores que merece, que también a él le creó el Señor.
 2 Pues del Altísimo viene la curación, como una dádiva que del rey se recibe.
 3 La ciencia del médico realza su cabeza, y ante los grandes es admirado.
 4 El Señor puso en la tierra medicinas, el varón prudente no las desdeña.
 5 ¿No fue el agua endulzada con un leño para que se conociera su virtud?
 
 6 El mismo dio a los hombres la ciencia para que se gloriaran en sus maravillas.
 7 Con ellas cura él y quita el sufrimiento, con ellas el farmacéutico hace mixturas.
 8 Así nunca se acaban sus obras, y de él viene la paz sobre la haz de la tierra.
 9 Hijo, en tu enfermedad, no seas negligente, sino ruega al Señor, que él te curará.
 10 Aparta las faltas, endereza tus manos, y de todo pecado purifica el corazón.
 
 11 Ofrece incienso y memorial de flor de harina, haz pingües ofrendas según tus medios.
 12 Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que no se aparte de tu lado, pues de él has menester.
 13 Hay momentos en que en su mano está la solución,
 14 pues ellos también al Señor suplicarán que les ponga en buen camino hacia el alivio y hacia la curación para salvar tu vida.
 15 El que peca delante de su Hacedor ¡caiga en manos del médico!
 
 16 Hijo, por un muerto lágrimas derrama, como quien sufre cruelmente, entona la lamentación; según el ceremonial entierra su cadáver y no seas negligente con su sepultura.
 17 Llora amargamente, date fuertes golpes de pecho, haz el duelo según su dignidad, un día o dos, para evitar murmullos; después, consuélate de la tristeza.
 18 Porque de la tristeza sale la muerte, la tristeza del corazón enerva las fuerzas.
 
 19 En la adversidad permanece también la tristeza, una vida de miseria va contra el corazón.
 20 No des tu corazón a la tristeza, evítala acordándote del fin.
 21 No lo olvides: no hay retorno, a él no le aprovechará, y te harás daño a ti mismo.
 22 «Recuerda mi sentencia, que será también la tuya: a mí ayer, a ti te toca hoy.»
 23 Cuando un muerto reposa, deja en paz su memoria, consuélate de él, porque su espíritu ha partido.
 
 24 La sabiduría del escriba se adquiere en los ratos de sosiego, el que se libera de negocios se hará sabio.
 25 ¿Cómo va a hacerse sabio el que empuña el arado, y se gloría de tener por lanza el aguijón, el que conduce bueyes, los arrea en sus trabajos y no sabe hablar más que de novillos?
 26 Aplica su corazón a abrir surcos, y sus vigilias a cebar terneras.
 27 De igual modo todo obrero o artesano, que trabaja día y noche; los que graban las efigies de los sellos, y su afán se centra en variar los detalles; ponen todo su corazón en igualar el modelo y gastan sus vigilias en rematar la obra.
 
 28 También el herrero sentado junto al yunque, atento a los trabajos del hierro; el vaho del fuego sus carnes derrite, en el calor de la fragua se debate, el ruido del martillo le ensordece, y en el modelo del objeto tiene fijos sus ojos; pone su corazón en concluir sus obras, y sus vigilias en adornarlas al detalle.
 29 De igual modo el alfarero sentado a su tarea y dando a la rueda con sus pies, preocupado sin cesar por su trabajo, toda su actividad concentrada en el número;
 
 30 con su brazo moldea la arcilla, con sus pies vence su resistencia; pone su corazón en acabar el barnizado, y gasta sus vigilias en limpiar el horno.
 31 Todos éstos ponen su confianza en sus manos, y cada uno se muestra sabio en su tarea.
 32 Sin ellos no se construiría ciudad alguna, ni se podría habitar ni circular por ella.
 33 Mas para el consejo del pueblo no se les busca, ni se les distingue en la asamblea. No se sientan en sitial de juez, ni meditan en la alianza del juicio.
 
 34 No demuestran instrucción ni juicio, ni se les encuentra entre los que dicen máximas. Pero aseguran la creación eterna, el objeto de su oración son los trabajos de su oficio.


1 Timoteo 3
1 Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función.
2 Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar,
3 ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero,
4 que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad;
5 pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?
6 Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del Diablo.
7 Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del  Diablo.
8 También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios;
9 que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura.
10 Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos.
11 Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo.
12 Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa.
13 Porque los que ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús.
14 Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto donde ti;
15 pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.
16 Y sin duda alguna, grande es el Misterio de la piedad: El ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria.

Gregorio de Nisa

  San Gregorio de Nisa, también conocido como Gregorio Niseno, nació alrededor del año 335 en Cesarea de Capadocia, Asia Menor (actual Turqu...